lunes, 3 de junio de 2013

¿Por qué una novela prehistórica?



Resulta difícil desligarse de “La escritura necesaria”, no porque mi pensamiento siga dándole vueltas, no, se trata de la promoción. Redes sociales, este blog, preparar un discurso para una presentación, luego otro para la siguiente, pues se agotan, y progresan. Luego uno es escritor novel, y hay que patearse las calles pegando carteles, ¡y calla!, que no he tenido que, como en un principio pensé, vender libros casa por casa. No, afortunadamente la novela va bien y se vende a buen ritmo en librerías.
Así que ya va siendo hora de que os ponga al tanto de mi proyecto en curso, pues para eso construí este blog, para que mis lectores hagan un seguimiento del proceso de construcción de la novela antes de que llegue a sus manos.
Supongo que sí, que ya puedo hablar de mi “próxima novela”. Y subrayo supongo porque el trabajo avanzado es poco, pero algo me dice que ya no hay marcha atrás. Siempre adelante, habrá que enfrentar multitud de problemas y el resultado es incierto, pero no queda duda que tarde o temprano tendremos novela prehistórica.

Dolmen de San Martín (Laguardia) - Guardaviñas a un lado, perfectamente integrado.

 Y os preguntaréis, después de escritos psicológicos y luego de una novela digamos que negra, ¿a qué viene semejante cambio de tercio?, ¿y por qué prehistórica y no histórica?. Bueno, pues tiene su lógica. Mi afición a la historia es tal que en realidad siempre creí mi vocación, hasta que comencé el Doctorado. «¡Puaj!», me dije entonces, «dos, tres, ó quién sabe cuántos años más, tratando de escribir una Tesis acerca de algo que ni motiva ni apasiona». Escribir literatura era por aquel entonces un dulce ensueño nada más. Pero el que tuvo retuvo, ¿no?, y aquella pasión permanece del todo intacta.
En cuanto a lo de “prehistórica”, el período en que dejaré que se desenvuelvan los personajes corresponde al Neolítico, y como en ese período no hay escritura… Ni tan siquiera se puede hablar de protohistoria, esa prehistoria reciente durante la cual en la Península Ibérica no hay escritura, pero ya la hay en los Estados del Mediterráneo oriental, que escriben someramente sobre los Iberos.

El ortostato mayor del mismo dolmen de San Martín, sencillamente impresionante.

  El marco me vino dado de forma natural. De mi afición a viajar, barata por necesidad, vino el afán por conocer el paisaje que me circunda, y si unimos a la ecuación la afición, por otro lado tan poco original en la zona, que compartimos tanto mi mujer como yo: el vino, pues todo queda dicho. Cenicero, Elciego, Haro y Labastida, Briñas, Samaniego, Briones, San Vicente, Laguardia, Elvillar… En uno de tantos paseos,  descubrimos La Chabola de la Hechicera y, fascinados, recorrimos poco a poco todos y cada uno de los dólmenes que adornan la región. Mira por donde, ni bodegas, ni lagares, ni guardaviñas, llamaron en grado sumo mi atención, ni siquiera las iglesias, cerradas a cal y canto, me invitaron a entrar, si acaso los castillos me llamaban, pero con los dólmenes la relación fue diferente, amor a primera vista. Al contacto me sentí arrebatado, trasplantado a otra época. Mucho tuvo que ver el entorno natural, el colorido estacional de las parras, Sierra Cantabria semejando a los sueños monstruosos de Lovecraft, el noble sillar del color de la arena de playa de los pueblos de la rioja alavesa y la sonsierra, el sube y baja de los barrancos, el río Ebro…
 
 De la curiosidad a la documentación. Necesitaba saber quién, cómo, por qué y para qué fueron construidos. Al principio no pretendía escribir sobre ellos. Se trataba de un divertido juego: ¿qué dolmen vemos el fin de semana que viene?.
Más o menos dos años después del comienzo de tal afición, me avino la idea, la posibilidad, la obligación de devolverles a los dólmenes una pequeña parte de lo que me habían regalado…

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