lunes, 18 de noviembre de 2013

Ya es hora de que actualice el blog. La trama.

Y si, ya es hora. Niños, trabajo, novela y vicios roban horas, pero no hay excusa para actualizar el blog. Pretendía con estos escritos ir describiendo el proceso de escritura de la novela pero no cumplí, pues ya camina aquella por el ecuador (o eso supongo, porque nada más lejos de la ciencia que la construcción de una novela). Prometo, eso sí, escribir más a partir del momento presente.

Voy a la trama, que me enredo.
Ya dije en una entrada anterior el por qué de escribir una novela prehistórica, pero una vez tomada la decisión carecía de todo a excepción del contexto temporal, y esto y nada viene a ser lo mismo.
Encontrar una trama para un período tan aparentemente pacífico suponía, en origen, un grave problema, ya que la novela histórica viene a tener comienzo en un suceso más o menos trascendente para una determinada civilización.
Digamos que en el Neolítico no había guerra organizada como tal, cuando menos no a la manera en que luego habrá en la Edad del Hierro. Los hombres no buscaban entonces localizaciones de difícil acceso para construir sus casas sino que preferían la orilla de pequeños ríos, priorizando el abastecimiento de agua y la accesibilidad. Es de suponer por los pocos vestigios conservados que las agrupaciones humanas rara vez superaban el centenar de personas. No hay que tener demasiada imaginación para suponer que habría conflictos, por supuesto, con el fin de dominar los territorios más generosos, pero en mis primeras indagaciones no encontré nada verdaderamente reseñable como para crear un argumento novelesco.
Así que, ¿cómo generar intriga?. Tampoco es que la intriga sea imprescindible para construir una novela, pero ni soy Dan Brown ni Pérez Reverte, así que si quiero vender cuando menos un par de centenares de ejemplares me debo a la intriga.


Para situarnos mejor, estoy hablando de un período histórico amplio, entre 3.000 y 4.000 años a.C. El valle medio del Ebro es la localización geográfica, entre Sierra Cantabria y los Cameros, la Rioja Alavesa y los valles del Leza y el Iregua. Los restos arqueológicos son limitados, poco más que dos docenas de dólmenes que fueron enterramientos tumulares. Ajuares escasos, mezcla de fechas y materiales, desde las más simples hachas pulimentadas hasta la cerámica campaniforme posterior. Poco más, muy poco más, algunos estudios arqueológicos relativos a la exploración de los hallazgos y muy poca historiografía de conjunto.
El Megalitismo se extiende ferazmente por todo el occidente atlántico y gran parte del Mediterráneo, con excepciones, y llega a extenderse hasta la parte más oriental de Asia. Es un fenómeno complejo, aún por desvelar en su totalidad, que probablemente no tiene un foco de origen único y común sino que es consecuencia lógica de la sedentarización de los grupos humanos.

Lo dicho, a grandes rasgos, me obligaba a buscar una trama por otros rumbos que los propiamente históricos.
A medida que profundizaba en las fuentes escasas, fui alimentando la sensación de que me enfrentaba a gente que poseía muchas riquezas, o sea comida en abundancia. El paisaje que tan bien conozco era completamente diferente al que pisamos. El hoy tan feraz valle del Ebro resultaba entonces impracticable para los hombres, que buscaban para instalarse las laderas o los valles de algunos cordales montañosos, lugares donde disponían de caza abundante además de pasto para el ganado, y donde podían experimentar con los primeros cultivos.
Del trabajo surgieron multitud de ideas, que no de la inspiración, y de los sueños me quedé con uno solo, en el que un hombre corría desesperado tratando de escapar de las zarpas de un gigantesco oso.
Ya tenía el germen de una historia, ya podía comenzar a trabajar.