martes, 12 de julio de 2016

La partida inmortal. Una historia del ajedrez. David Shenk.

David Shenk se propone con este ensayo divulgar el juego del ajedrez, y probablemente lo haya conseguido dada su conversión en best-seller. Lo que no sé si conseguirá es captar a los no iniciados en el juego del ajedrez, como pretende, pues no es habitual que alguien sienta curiosidad por un juego del que no sea, primero, ferviente apasionado.
En su favor que evita una historia lineal, plagada de fechas, articulando la relación de los progresos y vaivenes del juego desde su creación hasta hoy en día en torno a la denominada “partida inmortal”, un encuentro espontáneo entre dos grandes ajedrecistas, Anderssen y Kieseritzky. En su contra lo mismo, ya que se pueden leer por separado los capítulos dedicados a la partida inmortal.
 
Human chess in 1924, St. Petersburg, Russia.
En líneas generales se viene a argumentar que el ajedrez no es un simple juego como los demás sino que es una manifestación cultural que ha sido sumamente útil en el devenir de la humanidad, como espejo y modelo al mismo tiempo. Desde la edad media en que fue utilizado por los poderes políticos como herramienta de propaganda, hasta la actualidad en que ha servido claramente como base para el desarrollo de la inteligencia artificial y la computación, hay razones para pensar que se ha tratado de una poderosa herramienta para organizar nuestros pensamientos.
Se puede estar o no de acuerdo con los beneficios que aporta el ajedrez para la salud física y mental de un individuo o una sociedad. En líneas generales los detractores de este “arte” son los menos. En realidad me ha costado encontrar un verdadero detractor, Montaigne, que, a mi pesar, es muy razonable en cuanto dice de este maravillosamente maldito juego:
 
Lo detesto y lo evito, porque no es suficientemente juego. Es una diversión demasiado grave, sumamente seria; me avergüenza dedicar a una cosa así tanto raciocinio y tanto estudio, que sin duda podría dedicar a ocupaciones mucho más provechosas.

En cambio cientos de personajes, protagonistas de la historia, hablan de sus tremendas virtudes, desde los científicos más reputados a reyes y artistas. Benjamin Franklin sirva de ejemplo porque le dedica un artículo completo que alaba las virtudes del ajedrez, titulado “la moral del ajedrez”. Entre otras cosas, dice:

Gracias al ajedrez aprendemos el hábito de no desanimarnos por las apariencias adversas que pueda tener la situación en que se encuentren nuestros asuntos; es decir el hábito de tener la esperanza de que el cambio nos sea favorable, y de perseverar en la búsqueda de recursos que lo permitan.

Albert Einstein dice a su vez:
El maestro de ajedrez habita en su propia esclavitud, encadenando la mente y el cerebro de modo que la libertad interior de los más fuertes sufra de veras.

Esta frase me sirve para enlazar con los grandes genios, como Bobby Fisher o Morphy, que han terminado atrapados mentalmente por el ajedrez. No es asunto baladí el acompañamiento de la esquizofrenia a unos cuantos carismáticos genios que figuran en la cúspide de la elaboración ajedrecística. Otro caso interesante es el de Marcel Duchamp, uno de los artistas más influyentes de todo el siglo XX que renunció a su carrera para dedicarse al ajedrez de forma profesional (y obsesiva).
Eve Babitz y Duchamp jugando al ajedrez en Pasadena Art Museum. 1963 - Foto Julian Wasser

En lo literario destaco un párrafo:

El juego del ajedrez, con toda su riqueza y su complejidad, con su violencia prácticamente sin reprimir, es una extraordinaria metáfora de la condición humana. Algunos de los autores de ficción y también algunos de los poetas más importantes de los últimos dos siglos, Nabokov, Borges, Tolstoi, Canetti, Aleichem, Eliot y otros han reconocido plenamente la insólita capacidad que posee una partida de ajedrez para representar las contradicciones, las luchas y las esperanzas de la sociedad de los hombres…

Mi afición a ambos juegos, ajedrez y literatura, me sirve para llegar a una conclusión personal: La defensa, de Nabokov es, repito, a mi modo de ver, la novela que mejor refleja el espíritu obsesivo del ajedrez cuando se lleva a los extremos más inimaginables, y Novela de ajedrez, de Stefan Zweig, aunque no alcanza, ni de lejos, su profundidad, le va a la zaga.



Quizás deviene esto del hecho de que el ajedrez es un juego del conocimiento y del entendimiento, tanto o más que del ingenio. El talento es imprescindible, por supuesto, pero sin un trabajo gigantesco y un conocimiento completo del juego no hay talento que valga. “Hay que jugar la apertura como un libro, el juego medio como un mago, y el final de partida como una máquina”, dijo Rudolf Spielmann, ajedrecista vienés, y cualquiera que sepa de qué va este juego sabe que uno puede dedicar su vida entera a estudiar la teoría del ajedrez sin alcanzar a dominarla.